El deseo va por caminos autónomos. Es un cajón del cuerpo que se manda solo, una corriente incuestionable.
El que yo hoy lo escuche quedamente, sin dejar que me aconseje, es un asunto aparte. Tiene que ver con la basura que ese cauce puede arrastrar si lo dejo ir. Tiene que ver con guardar una parte de esa energía para mí.
Se parece a la negación a primera vista, pero no lo es. Por eso es complicado. Porque siento su potencia y su impaciencia y porque, sin embargo, no hay aún un sitio seguro para mí donde abrevar.
Se parece a la negación a primera vista, pero no lo es. Por eso es complicado. Porque siento su potencia y su impaciencia y porque, sin embargo, no hay aún un sitio seguro para mí donde abrevar.
El cuerpo no es un templo ni un prostíbulo. El cuerpo es uno, ni más ni menos. Si lo dejo fuera de mis viajes, sé que me va a pasar la cuenta. Mis privaciones son las suyas, aunque lo resienta más claramente.
Es extrañamente sanadora también esa rara y austera coherencia.
Mientras, el acto más íntimo que me permito -y me lo permito mucho - es abrazar.